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Una carta para las direcciones de los medios de comunicación

  • Laura Prieto
  • 10 feb 2021
  • 5 Min. de lectura


Leía ayer un artículo en El Español titulado Una carta para ti, que no quieres pagar por la información, con cuyas argumentaciones estoy en buena parte de acuerdo. Sin embargo, creo oportuno hacer algunas precisiones porque no sólo los lectores debemos reflexionar -esta servidora lleva reflexionando ya muchos años sobre el fenómeno de la comunicación y su devenir- sino que tal ejercicio debería estar también en la mesa de dirección de los medios casi casi como si fuera esa oración matutina de obligado cumplimiento que hacíamos en los colegios religiosos antes de empezar las clases o, si se prefiere, para quienes no les guste este símil, como si fuera el pensamiento necesario antes de empezar el día. Dicho sea todo ello poniendo por delante mi respeto y admiración hacia la mayoría de los medios que hoy habitan internet y hacia el trabajo de sus profesionales.

Dice el firmante del artículo, Daniel Muñoz, que el modelo gratuito de periodismo en internet “provoca un círculo vicioso que degrada la calidad de la información y el buen periodismo que necesitamos”. Sin duda es cierto. Y alega como causa que los propios medios digitales, por un asunto de rentabilidad, han pasado años alimentando el giro de una rueda -que reconoce como negativa y errónea- en que la viralidad insustancial se ha impuesto a la información relevante.

Yo, que no sé por qué razón no peino canas pero que, a estas alturas, aunque solo fuera por edad, debería peinar muchas, tengo que retrotraerme varios años para buscar las causas de que hoy muy pocos lectores en España estén dispuestos a pagar por la información. Esas causas ya estaban cuando los periódicos digitales ni siquiera tenían en mente venir al mundo.

En aquellos tiempos de la prensa en papel, no pude encontrar ningún periódico que se posicionara a favor de la Propiedad Intelectual y los derechos de autor. Tal vez los hubiera, pero no conseguí encontrarlos y debo añadir que llevo desde 1985 leyendo diariamente entre doce y catorce periódicos -lo que no debe entenderse como un mérito porque siempre ha formado parte de mi trabajo-. Es verdad que, por entonces, el periodismo no se incluía dentro de ese mundo de la llamada Propiedad Intelectual y cabe recordar que la primera ley moderna al respecto no llegó hasta 1987. Pero, incluso dadas las circunstancias, no hay excusa para que desde los medios de comunicación no se defendiera a ultranza tanto el concepto en sí como sus derechos asociados. Si el mensaje de defensa no es claro y contundente, no cabe esperar que el común de los ciudadanos lo asuma como lógico, necesario y, especialmente, legítimo. No estoy hablando de un problema de la prensa, hablo de una cuestión mayor que ha derivado durante años en muchos problemas de sobra conocidos, entre ellos, el que la ciudadanía considere o tienda a considerar que tiene derecho al gratis total. No hablo de un problema de la prensa pero, tras la llegada de internet, la prensa digital hoy se ha convertido en víctima de ello y lo digo con el pesar de quien lleva desde jovencita empeñada en transmitir que la creación, sea desde el ámbito que sea, es absolutamente esencial para un país. Y el tema todavía dará de sí, y ahí tenemos esa Directiva Europea 2019/790 sobre los derechos de autor y derechos afines en el mercado único digital, de cuyo artículo 15 escribiré en otra ocasión.

Volviendo a los años ochenta, mi generación -era una veinteañera entonces- y las anteriores, abrazamos la prensa con el convencimiento de que la información era un pilar en nuestras vidas. En ese contexto, crecieron tanto los lectores como el número de cabeceras y llegó una época dorada para el periodismo en la que la llegada de internet se vivió como un nuevo canal en el cual difundir sus informaciones y multiplicar su impacto en número de lectores. Sin embargo, no muchos vieron que aquello iba a traspasar el ámbito del canal para convertirse en un medio más o, por decirlo mejor, en un medio de medios, en un complejo ecosistema abonado para dar cabida a todos, para dar oportunidades en generación de contenidos, en consumos masivos de información pero también en estructuras de negocios que iban a hacer uso de las creaciones de otros para su propio beneficio. Y en ese inmenso hueco, en lo que a la información se refiere, tuvieron cabida la suprema irrelevancia, la invasión de noticias falsas, la incapacidad para la más mínima profundización, la ausencia de análisis y tantos y tantos otros efectos negativos que, agitados en coctelera con las banderas de la libertad de expresión y el derecho a la información, nos han dejado a todos a los pies de los caballos.

Y vuelvo al vector primordial, que es el de los lectores. Si hablaba antes de generaciones anteriores, incluida la mía, hay que poner encima de la mesa que las nuevas generaciones no consumen prensa ni se espera que lo hagan, al menos, en el medio plazo. Puedo corroborar con sonrojo que en mis tiempos como profesora en la Facultad de Ciencias de la Información, los alumnos de primero de periodismo confesaban, sin que se les moviera ni una pestaña, que jamás leían los periódicos. Los de quinto -ahora cuarto-, tampoco. Escribe Daniel Muñoz que el periodismo digital necesita lectores comprometidos. Sí, pero ¿qué lectores? Admito que se consiga atraer a los que sí lo somos a los modelos de pago pero ¿cuál es la propuesta para enamorar a los de 30 o a los de 20, cuyos hábitos son tan diferentes? Creo que me concederán que, sin ellos, es imposible la renovación. Son también el presente pero, sobre todo, son el futuro.

Por último -no voy a entrar en el tema de las plataformas porque coincido en términos generales-, apela al lector que es “exigente con la calidad de la información” y que sabe “diferenciar un buen artículo de un post tremendista diseñado para ser viral. Porque si seguimos dependiendo exclusivamente de la gran masa de usuarios anónimos y de los volúmenes publicitarios tendremos una prensa cada vez peor”. La apelación es lícita aunque me gustaría, como lectora empedernida, proponer una inversa: apostemos por un periodismo de calidad, riguroso, veraz, contrastado, sin noticias insustanciales, sin titulares engañosos que luego están vacíos de contenido, diferenciando opinión de información, abordando temas útiles para la sociedad y de interés, huyendo de la mera viralidad y ofreciendo contenidos atractivos de cuantas formas nos permitan la imaginación y el oficio. Ése será nuestro prestigio, nuestra reputación, nuestra imagen y, con ello, tal vez consigamos conquistar a los lectores. Porque dice, no sé si la razón pero, al menos, sí la costumbre, que al que quiere conquistar le corresponde dar el primer paso. ¿O no?


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