Intolerable, inasumible
- lauraprieto3
- 26 feb 2017
- 2 Min. de lectura
En los pocos días que llevamos de 2017 las listas de la violencia de género se han engrosado, al menos, en 15 mujeres asesinadas, a la espera de que la investigación policial determine si la anciana de 91 años fallecida en Villanueva del Fresno (Badajoz), el pasado miércoles 22 de febrero, debería considerarse dentro de esta tipología de delito, un acto que los propios hijos han calificado como 'de compasión'.
Más allá de las cifras, que se imponen con toda su macabra frialdad, están unas mujeres cuya única falta ha sido tropezarse en la vida con hombres que no pueden tener ninguna justificación para sus actos. La vorágine es tan demencial que ninguna sociedad que se precie de llamarse así puede tolerarlo ni asumirlo. Las voces se están alzando desde numerosos estamentos y, en estos momentos, cuatro mujeres de la asociación Ve la luz siguen con una huelga de hambre que pone rostro a Estefanía, Matilde, Blanca, Toñi, Virginia, Cristina, Carmen, Laura, Ana Belén, Margaret, María José, Gloria Amparo, Dolores y Leydi, seres humanos a quienes han arrancado la vida sin que hayamos sido capaces de evitarlo. Por si no bastara con ello, seis menores han quedado huérfanos y un bebé fue asesinado por su propio padre: ¿cabe mayor aberración?

Ante la situación a la que nos enfrentamos, el Gobierno ha anunciado la creación de un órgano interministerial en el que estarán presentes los ministerios de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, de Justicia, de Interior y de Educación, así como una mesa de trabajo permanente en la que participarán también la Federación Española de Municipios y Provincias, representantes de las comunidades autónomas y portavoces de los grupos parlamentarios. Entre sus prioridades estarán la detección precoz y la concienciación social.
Precisamente para la detección precoz es importante que se produzcan las denuncias externas aunque, hasta el momento, es una vía que no está proporcionando muchos resultados porque, según manifiestan miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las propias víctimas no suelen ratificar las denuncias, a veces por miedo pero, con frecuencia, por el dramático hecho de ser incapaces de asumir que la persona de la que un día se enamoraron es aquella que más odio y más sadismo descarga contra ellas. Pero, por encima de todo, se impone un cambio en el paradigma educativo porque es ahí, en la base del aprendizaje de nuestra conducta, donde seremos capaces de revertir una lacra que no distingue clases sociales, estatus económicos, nivel formativo o edades.
La muerte es el último estadio del proceso pero sólo es la punta del iceberg de una realidad que afecta en España a miles de mujeres que, cada día, conviven con palizas y humillaciones mientras luchan desesperadas por proteger a sus hijos, unas víctimas silenciosas que crecerán sin ver protegidos los derechos de su infancia.
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