Stravinsky: “¡Beethoven! No digo que no sea un genio, pero no hizo música”
- Laura Prieto
- 14 abr 2021
- 5 Min. de lectura
50 aniversario del fallecimiento del compositor

Diaghilev y Stravinsky durante su visita a España en 1921
Stravinsky visitó nuestro país en varias ocasiones, una de ellas, en 1921, cuando dirigió en el Teatro Real su Petruchka. Con tal motivo fue entrevistado en La Voz, dejando algunas reflexiones jugosas:
“Igor Stravinsky ha dirigido en el Real su Petruchka, marcando el ritmo con su batuta, como si dijera: “Aquí, señores músicos, aquí, en este ritmo, está el fundamento de la música futura…” y, sin descanso, con especial complacencia, hace redoblar el tambor y el bombo durante las mutaciones. La gente se mira perpleja. Un señor exclama, para que todos le oigan: “Tengo el buen gusto de que no me guste esta música”. A los niños les interesa extraordinariamente el prolongado redoble y los alumnos del Conservatorio lamentan que el compositor no lleve peluca como Bach, ni esté picado de viruelas, como Beethoven. Ni una mala melena. ¿Es posible que un gran compositor sea un hombre como los demás?
Stravinsky nos estrecha la mano, y mientras desayuna, fuma y charla sin descanso.
-El año 16 -nos dice- sentí una impresión profundísima recorriendo España. Soy un enamorado de su música popular. ¡Los bailes gitanos! ¿Ha visto usted bailes más sorprendentes y más ricos que éstos? ¿Y el rey? Un rey que es el Felipe IV de Velázquez, hijo puro de la nación; es un rey muy interesante, mucho más que otro cualquiera. El rey de… por ejemplo
Stravinsky no puede contener una sonrisa al recordar a otro rey, que nos callamos.
Stravinsky cree que la música ha sido víctima de las preocupaciones académicas y filosóficas y que, a causa de ellas, ha ido perdiendo, poco a poco, su fin, que es, ante todo, una sensación acústica.
Se ha querido expresar con la música toda clase de sentimientos y teorías filosóficas, con lo cual se ha ganado únicamente que el ritmo haya perdido poco a poco su riqueza.
-¡Sentimientos del alma! -exclama- ¿Qué quiere decir esto? ¿No tiene cada momento su alma? Y nuestra alma ¿no es distinta cada momento? Han tomado la música como un medio y no como un fin, y así la tenemos estancada desde hace siglos.
Le preguntamos por los músicos rusos
-¡Lamentables! La influencia de Berlín, amigo mío, de las academias y de la tradición alemana. Defiéndanme ustedes, los españoles, de los alemanes, que no comprenden ni han comprendido jamás la música, a pesar de que, a primera vista, parece que es la tierra de los músicos. Pura filosofía, amigo, matemática pura. No tienen el sentido de la música, es musicalidad lo que hacen, que no es lo mismo. ¡Beethoven! No digo que no sea un genio, pero no hizo música; sentía en su alma grandes cosas, que revistió de notas, que nada dicen al oído. Toda Alemania es Beethoven o Brahms, el último, cronológicamente, de sus discípulos. ¡Wagner!. Dotó a la orquesta de nuevos elementos; pero la música no adelantó con él ni una pulgada; creo sinceramente que Wagner era todo lo que pretendía ser; por supuesto, no era ni músico ni filósofo. La cultura general de los alemanes es la causa de todo esto; sus niños saben el griego demasiado pronto, profundizan mucho y no tienen luego fuerza para reaccionar contra esto, para contemplar la Naturaleza sin preocupaciones. En cambio, vea usted Mozart: fue un gran músico, tan sencillo, tan musical; ¿no es cierto que el oído se regocija con él? Lo mismo podemos decir de Schubert.
Todo mi afán -continúa- es dar una sensación acústica, buscándola donde esté y venga de donde venga. Huyo de todo lo hecho porque es convencional, académico; en el pueblo está aún la verdad del arte, y de la música especialmente. Los cantos y los bailes son de una riqueza tal, que me seducen por completo: donde los encuentro los hago míos y los escribo en mis obras. ¿Qué soy un ladrón? Bien, soy un ladrón; pero todas estas cosas, desde el momento que me impresionan, son mías; las veo a mi manera y las rodeo del ambiente tal y como lo veo y lo más exactamente posible; entonces creo la obra y, al crearla, todo es mío y original.
Note usted -sigue- que no trato de beber en la tradición popular, sino de tomar los valores populares, tal como son ahora; si nos fiáramos de la tradición, si bebiéramos en las fuentes de la música gregoriana, por ejemplo, no haríamos más que crear una academia enfrente de todas las demás academias, pero sin libertad alguna; crearíamos una nueva teoría armónica, la que tal vez busca Scriabin, otra víctima de la influencia alemana, sin que se dé cuenta. La armonía es una cosa absolutamente convencional y arbitraria, que brota a cada momento de una manera distinta. La melodía y el ritmo son el fundamento, el caramillo y el tambor, ¿comprende usted? La armonía resulta del ambiente melódico y rítmico, y ellos mismos se las componen.

Le preguntamos sobre la posibilidad de crear el espectáculo del baile español, a estilo de los bailes rusos, y no nos deja terminar la pregunta.
-¡Qué duda cabe! Me dicen que el baile español tiene mucho de individual y que es contrario a los bailes de conjunto. Pero fíjese usted en una observación que me parece interesantísima: la bailarina española improvisa las más de las veces, lo cual da al compositor el derecho de improvisar a su vez y combinar el espectáculo como lo sienta. La bailarina conserva el ritmo esencial de la danza que interpreta y la adorna a su manera con sus movimientos. ¡Magnífico!. Tienen ustedes una riqueza tan grande en ritmos y melodías como nosotros y como los norteamericanos, que la tienen naturalmente, no gracias a los ingleses sino a los negros.
Hablamos de la instrumentación y Stravinsky nos manifiesta su asombro por las riquezas que ha descubierto en el piano: para mí, era una ‘enorme machine’, que entendía, más que nadie, Chopin. Últimamente, en mi casa de Saint-Cloud, he dedicado largos meses a estudiar sus sonidos, y los he hallado considerables y variadísimos. He trabajado mucho y he escrito unos ‘estudios’ para pianola.
¿Para pianola?
- ¡Claro! Para pianola, porque el pianista no tiene más que diez dedos y una potencia de rapidez limitada: no es cosa de perder la simultaneidad de muchos sonidos, de distintas cuerdas, ni sacrificarle en los límites de la habilidad humana. He escrito unos estudios, que han impresionado ya en Londres. No he podido oírlos aún, pero me han escrito mis amigos diciéndome que producen efectos nuevos y maravillosos.
Stravinsky expresa, por fin, su creencia de que ha abierto un nuevo camino para la música
-No sé si conseguiré adquirir la perfección de mis teorías, pero otros lo harán.
Stravinsky va a Sevilla a ver la Semana Santa, y se despide de nosotros jovial y simpático, sin melenas ni genialidades: afeitado y con el pelo cortado al rape…”
PRIETO, Laura: Obra crítica de Juan José Mantecón (Juan del Brezo): "La Voz", 1920-1934, pp. 128-130: VICTORY, P: ‘Una conversación con Stravinsky’. La Voz, 21-3-1921
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