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Lidérame otra vez

  • lauraprieto3
  • 5 ago 2017
  • 3 Min. de lectura

Una de las mayores preocupaciones empresariales ha sido siempre la productividad. Dicho más oportunamente: el aumento de la productividad. Todos podemos tener en nuestra memoria desde aquellas imágenes del capataz dando de latigazos a los esclavos hasta el prototipo de jefe empeñado en hacer la vida imposible a todos sus empleados, todo ello en pro de una mejor productividad. Recuerdo de mis tiempos mozos a un nuevo director que, cuando llegó a la unidad, decidió hacernos entrevistas individuales para presentarnos sus credenciales. Nos colocaba para ello en una silla a un nivel ostentósamente más bajo que su sillón. Lo que se viene llamando marcar el territorio. Era el último grito en modelos de dirección recién importados de Estados Unidos que, como sabemos, es el padre de todos los modelos de gestión de los últimos doscientos años. Una paternidad que continúa ahora, con algunos añadidos, mientras nos mantienen enredados con los mil y un apellidos (ya nos gustaría que fueran sólo ocho) del término liderazgo. Y, para que no se me acuse de nada que no corresponda, menciono aquí también a la directora que sustituyó al anterior, que abanderaba una frase de esas que minan el espíritu del más entusiasta: "los jefes no tenemos que trabajar, los jefes tenemos que hacer que los demás trabajen", decía la criatura con una convicción sin igual. Naturalmente, en sus departamentos trabajaba bajo mínimos hasta el reloj de cuco y la lista de tareas pendientes acumulaba retrasos que se contaban por años.

Acabo de leer que el Tribunal Supremo ha avalado la decisión de una empresa de no considerar parte del tiempo para el bocadillo como tiempo de trabajo efectivo. Más allá de otras valoraciones que no vienen al caso, cuando me tocó estar al frente de equipos de trabajo, no sólo consideraba el tiempo del bocadillo como de obligado cumplimiento, sino que, además, siempre me pareció un instrumento altamente efectivo para la mejora de la productividad. Compartir café y bocata con tu equipo -sí, han leído bien, compartir- es una fórmula segura para mantenerte al tanto de todo lo que pasa y, especialmente, para pulsar el ambiente que impera en cada uno. Además, promueve una charla distendida que no suele producirse en el ámbito de las reuniones oficiales de trabajo y a menudo es ahí precisamente donde se gestan ideas que resultan ser utilísimas.

No nos engañemos con apellidos interminables ni con modelos experimentales. El liderazgo sólo es efectivo cuando se produce una empatía sincera y compartida entre todos, cuando se es capaz de atender las inquietudes tanto materiales como emocionales de cada uno de los miembros, y esto aplica desde la jefatura más pequeña de una organización hasta la misma presidencia. En esa generación de confianza radica la clave del éxito de la productividad y, si no me creen, lean la biografía del general Trajano -luego emperador- que, cuando mandaba marchas forzadas a los legionarios, se bajaba del caballo y se ponía en cabeza marcando el ritmo y que, en lugar de comer en su tienda, le gustaba compartir el rancho con aquellos que iban a contribuir a las grandísimas victorias que consiguieron para Roma. Dicen ahora que los empleados son los mejores embajadores de una organización. Sin duda, lo son, así es que un modesto consejo, si me permiten, para todos los líderes: compartan bocata.

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